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Charles Bukowski


Mi primer encuentro con Bukowski me pilló en mi época más pacata. Recuerdo también que en las guardias del cuartel corría la noche en la pieza de forma perezosa; los reclutas nos movíamos como bultos llenos de tedio y cansancio, cada uno espantando el sueño como podía. Así remábamos para que las horas se desvaneciesen cuanto antes en aquel  duermevela, en el que se convertían irremediablemente, todos nuestros servicios cuartelarios. De aquella guisa de militares, jugábamos aparte de a ser soldados, al Trivial, y engañándonos a nosotros mismos más que al tiempo, leíamos hasta que el sueño prendía en nuestros ojos.


La lectura,refugio del tedio durante el servicio militar
En una de aquellas guardias lontanas, hurgué por mi afán notarial entre la luz macilenta de la sala, hasta que aprecié que mi compañero cabo, medio recostado en una litera y muy lejos de coger el sueño, se esponjaba en una sonrisa. “Ilógico” rezongué para mis adentros, porque lo que tratabas desesperadamente, era arañar minutos a la cama. Él, ajeno a mis razonamientos, estaba agazapado tras un libro empapelado en periódico, por lo que no pude saciar mi curiosidad de saber el motivo de desvelo tan jocundo. Entonces, le pregunté qué leía, no me pude contener.
-       
            - La máquina de follar”, de Bukowski.

-         - ¡  Calla!- Y miré a las bestezuelas en celo, que adormecidas parecían no haber escuchado nada. Los cabos éramos como padrecitos que pastoreábamos a un rebaño de jóvenes con acné, que se masturbaban con  alegría y sin embozo. Supuse intrigado que se trataba de literatura erótica– ¿Cómo que la máquina de follar? ¿Sabes dónde estamos?

-     - Por supuesto, pero no es literatura erótica, es realismo sucio- El cabo intelectual había adivinado mis presunciones, tan remotas a la realidad.- Es verdad que el protagonista, el propio Bukowski, folla como un descosido.

-          - ¿Entonces?

-          - ¿El sexo no forma parte de nuestras vidas?

-          - Sí, así es.- Aparté mi voluminoso ejemplar de La Isla del Segundo Rostro,   dispuesto a escuchar su explicación.

-      -  Lo que me gusta de Bukowski es cómo lo cuenta, no lo que cuenta.- Me repuso él, que se mesó la barba complacido por la paradoja, que me había lanzado.- Sólo es literatura y el sexo, no es más que una excusa.

-       -  ¿Y de qué te reías?

Sin grandes alharacas y murmurando a fin de no despertar la libido de la tropa, muy voluntariosa en todo lo que atañía al sexo, el cabo bohemio me describió la vivificante escena en la que Hank se acuesta con una gruesa negra. Casi nos pareció estar presenciando cómo Hank bregaba con su polla, hasta acoplarse a la carne palpitante de “la mamita”. Tras aquella noche, cayeron los días como piezas de un dómino mortificante- qué larga se hizo la mili-  y en una de las formaciones para volver a casa, el cabo me persiguió de camino a la estación de tren. Jadeaba pues había perdido el resuello en la carrera y tuvo que sujetar sus gafas en varias ocasiones,  cuando nervioso me musitó que cogiese el libro, que seguro que me iba a gustar. Era el año 97 y al volver a leerlo, a un nostálgico como yo, le fue inevitable hacer este viaje en el tiempo, que me sirve de excusa para presentar este compendio de cuentos, obscenos es cierto, aunque con un humor propio de vividores que se rebozan en el fango y no lo esconden ni ornamentan con palabras fatuas. Inframundos literarios y letanías de alcohol, en un clásico de la literatura americana, que se aleja premeditadamente de cualquier cliché creativo, para presentarnos la realidad desnuda, quizá demasiado desnuda. Está sazonado por supuesto con estampas picantes de su personaje.

Leed, es el mejor billete para huir de la mediocridad


S. Munari

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