La
imagen del gran Padura que se le viene a uno a la cabeza, es despanzurrando un
buen habano que se desmigaja en sus
labios, mojados seguramente por aquel Ron añejo Caney cuya semblanza y
misterios tan bien nos desveló en un interesante artículo. Una conversación
despaciosa, arrellanados en asientos de cáñamo de su jardín- cualquier jardín
en Cuba es un vergel- y de fondo algo que suene a los Beatles. Le podría
confesar, so pena de causarle una ofensa, que en mi opinión el alumno ha aventajado al maestro ( idolatra a Salinger) pero sería demasiada desconsideración por
parte mía, además cuando tenemos gustos bastante similares. En eso, mi tocayo Pitol,
chocaría nuestras manos, porque le deslumbró El siglo de las luces de Carpentier.
Lejos de mí, y de mi modestia verme en una tertulia de letras con dos monstruos
de la literatura. En el caso de Pitol, también muy viajado.
Leonardo,
como decía, parece un individuo maduro, reservado que abandona su laconismo a
medida que entrañamos un hilo invisible, al que asirnos en nuestra tertulia.
Esa es la impresión que entresaca uno de sus entrevistas, comedido, con cachaza
o más bien paciencia, y cuando se aposta en temas donde su sabiduría fluye sin
estridencias, da gusto escucharle. Como en aquella tertulia con Sánchez Dragó y
su inasequible séquito de damas, que le asediaban y el tipo se adentró en
nuestra historia, la española, que conoce muy bien. Viajaba y recorría nombres
anónimos por el desdén de los planes educativos, y que en cambio habían
reforzado los vínculos de España con América, en el siglo XIX. Luego, parlotearon
inquietos, acerca de El Hombre que amaba a los perros- las
féminas entendidas en literatura, pugnaban por su minuto de gloria. Con saltos
en el tiempo del siglo XX que abarcan la Guerra Civil, el estalinismo y el
presente, apenas se hacen apreciables al lector gracias a la maestría del novelista
cubano. Su estilo muy brillante y repleto de giros clásicos- cojones, qué se
note que escribe bien, algunos empezamos a estar hartos de tantos Ken Follet
desparramados por las estanterías de los grandes almacenes- Padura nos desgrana
varias historias que tienen como hilo común el asesinato de León Trosky y la
vida de su asesino, Ramón Mercader, un autómata a las órdenes del estalinismo más
despedazador.
Yo
creo que cierra el círculo de esta magnífica novela con un artículo sobre Caridad Mercader, madre de Ramón y con
una enorme influencia sobre su vástago (ella le inicia en la lucha de clases).
En él, Leonardo recorre las lápidas de un camposanto parisino, hasta que se da
de bruces con la tumba de Caridad. Enseguida
aparece la sombra de un burócrata que le reclama el dinero para mantener el
túmulo. Habían pasado los treinta años y una vez caída la URSS, nadie se hacía
cargo de los gastos de mantenimiento del hipogeo de la feroz estalinista. Los
restos acabarían en el osario, amenaza con el dedo índice en alto, el
protocolario burócrata, que asimismo exhibe enojado el papel de los gastos
acumulados. Suponemos que con los pies ligeros, el alter ego de Leonardo,
huiría presuroso entre las estrechas veredas que dejaban los sepulcros. “Huesos hórridos de una súbdita de Stalin”
murmura para sí, mientras resuenan los tambores de una tormenta que se avecina
y de tanto en tanto, Leonardo voltea su cabeza, para comprobar con espanto que el funcionario se ha transformado en un cuervo bruno, que se
posa en la lápida de Caridad. ¿O es el alma de la mujer? Me pregunto yo.
Por
último, dejar constancia que su serie detectivesca de Conde me ha encandilado. Creía
que se había lanzado al género de suspense como divertimento, pero hasta en
esto, Padura está más que sobresaliente. Mario Conde es un frustrado maduro ¿A
alguien le suena historia? Por supuesto que podríamos ser cualquiera de nosotros.
Siempre enamorado y enamorándose, que crece en la redoma de las páginas de su
novela y se hace mayor en la serie de relatos. Me encantó Herejes, que destila la documentación a la que es proclive el
periodista bragado, al recrear puntillosamente la época del maestro de la pintura, Rembrandt,
novela histórica y género policiaco. Mario Conde, no confundir con el
banquero, merece con todas las de la ley, por algo es policía y ex policía
según la novela correspondiente, entrar en el panteón de mis detectives
preferidos. Tampoco deberíamos olvidar los artículos de Padura. Se dice
malvadamente en la isla, que Leonardo representa la línea infranqueable de lo que la
dictadura caribeña está dispuesta a consentir. Es su listón, con todo, como el
avezado púgil, sabe fintar la censura y responder con golpes demoledores. Sus artículos revelan las ansias de
cambio de la sociedad cubana, sin embozo alguno y nos desnudan de nuestras prevenciones.Hay que leer para comprender el formidable caleidoscopio que se adensa en Cuba: El viaje más largo y La memoria y el olvido. Muchas gracias, maestro por deleitarnos con su literatura, en cualquiera de las vertientes que cultiva.
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