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"Miau", aguarden su turno


Releer Miau y en cualquier caso la literatura galdosiana, dada la facilidad con la que el genio canario se madrugaba una novela de calidad excelente, siempre es un deleite para los sentidos. Decimos bien que son los sentidos los que se recrean, pues con afán pictórico aparecen las estampas de un Madrid decimonónico, entreveradas eso sí, con tramas que parecen eternas. Como sociedad, cumplimos una especie de Destino Manifiesto, para que repitamos los mismos errores y costumbres, de forma mal disimulada. Quizá la relectura más interesante de Don Benito a estos efectos de comprender la España que ha cambiado mucho en lo aparente, pero que sigue teniendo un ejército de meritorios pululando en pos de los puestos oficiales, sea Miau. 

Confesaremos que nos enternece su nieto, Luisito y el abuelo, incansable aspirante a un puesto público en la España donde los cambios del turno, generaban a su vez una convulsión en los despachos y en los puestos de confianza. En uno de aquellos cambios repentinos, en la época los llamaban irónicamente “la vuelta  a la tortilla”, el abuelo, Ramón Villaamil, pierde su trabajo de administrativo. Su desespero y su anhelo crecen porque su desempleo se produce a falta de dos meses para la jubilación y fruto de una desazón lógica, el abuelo acaba mendigando favores entre sus antiguos compañeros. A medida que avanzamos con fruición en sus páginas, las esperanzas de Ramón Villaamil se van diluyendo hasta que el agostado funcionario toma una  decisión drástica. Sus fatigadas espaldas arrostran la economía de una casa, donde las doñas gastan de manera veleidosa y con el propósito de aparentar una posición, que no tienen. La decisión liberadora se le presenta como único consuelo a Don Ramón, no diremos cuál, a fin de no destripar el desenlace de Miau.

Por supuesto que Galdós hace en Miau una crítica furibunda de la España burocrática que teje redes de favores, aplastando cualquier iniciativa privada. La única forma de progresar en dicha sociedad estamental y regida por afectados oficios, es al socaire de los ministerios y de los organismos oficiales. En algunos pasajes de Miau, Villaamil nos recuerda por su candor a  la figura de los arbitristas, cuando propone soluciones a una economía estancada y sus compañeros sutilmente, se toman sus desvelos a chanza (Galdós no es tan cruel como Quevedo con estos reformistas de buen ánimo). No obstante, el sistema del turno, dicho con todas las prevenciones, tampoco difiere mucho del país actual. Es más, con mayor fiereza se han arrojado sobre las poltronas los que presuntamente venían a  regenerar el país.


España en el espejo de Miau.


Eso me contaba Teodoro sobre los inquilinos de un ayuntamiento cualquiera... Teo se sujetaba los quevedos y la bisoñé con las ráfagas de viento, que acrecentaban su encono. De vez en cuando lanzaba una humareda encima de su cabeza, tras intensas pitadas. A punto de jubilarse, su oronda barriga lucía en la distancia, y su determinación por cambiarlo todo, me recordó de manera harto elocuente a los desvelos del infausto Villaamil. Ambos abuelos ejercientes y funcionarios; Teodoro me describió seguidamente a los que habían venido con el cambio de la tortilla, como una perfecta colección de imberbes, elegidos a dedo y sin la suficiente experiencia. El retrato fue demoledor. Una nueva calada, bajo la farola e insistió que no necesariamente eran personas ajenas al servicio, pero que muchos de los trabajadores habían sido elegidos por simpatías. ”Seguro que había personal más capacitado”. Yo apenas movía  el labio, salvo para asentir a cada rato o apreciar algo diferente, Don Teodoro entretanto seguía dibujando un panorama desolador. - No quieren ejercer sus responsabilidades y así estamos. Todo a votación en asambleas, que si es mejor una dirección horizontal.- Una pausa con la que refrenar su facundia y meditar la paradoja que me iba a proponer poco después. - Pero imagínate, Sergio, que en una de esas votaciones, quedaron dos propuestas una muy cerca de la otra. – Se me acercó con su cara amarilla y me apuntó con la mirada, para encaramarse en un mayor énfasis.- Es un caso real, que se me ha dado. Una un cuarenta por ciento y la otra un cuarentaitrés.  ¿Sabes cuál de las dos se llevará a cabo?
-          - La opción del cuarentaitrés, supongo.- Dije debelado por la intriga.
-          - No, ninguna de las dos, que éstos temen mucho a las  minorías numerosas, no sea que se les rebelen, así que mejor no hacer nada. Lo he vivido, en serio, en mis propias carnes. Lo peor es que estamos hablando de una de las ciudades europeas más importantes, y no tenemos un modelo para su futuro.
-          - ¿Una urbe ecológica? – Pregunté pomposamente.
-          -Yo horizontal ni en la cama con una bella señorita, que ya no tengo años.- Añadió Teo con los ojos hundidos y sonrisa verderona, reminiscencias las dos, de sus farras sesenteras.
-           
A continuación le repuse que los rupturistas tampoco eran santos de mi devoción, porque quieren emprender tantos cambios a la vez y tan sustanciales, en momentos por otra parte de verdadera fragilidad. Por la misma razón que la economía les importa un bledo, mientras la ubre tenga leche, tenemos muchos ejemplos en los que la organización horizontal no ha funcionado, además en nuestra propia historia. Es más, defendí una mayor participación ciudadana en las democracias, porque de nada servía una población rendida. Pero España es un país de contrastes y de acomodarnos a una molicie reparadora en nuestro pasado más reciente, queremos escrutarlo todo en el presente, llegando en algunos casos al ridículo. El caso de los suizos que tan serios  nos parecen, y que se ha esgrimido en muchas ocasiones como ejemplo, tampoco se salva de la crítica por algunos excesos en los que incurren por su apelación a la democracia. Es verdad que los referéndum que se añaden como papeletas en cualquiera de los comicios, son una práctica a imitar.Con aquel solaz, vamos discurriendo sobre vericuetos tan angostos a la razón. Hasta que Teo, bajo de estatura, y con un corpachón que se sostenía a pesar de su voluminoso barrigón y los finos muelles que tenía como piernas, se giró sobre sí mismo como una peonza, para rastrear a sus nietos entre el bosque de brazos y piernas infantiles, que se habían apiñado en torno al arenero del parque. Alarmado fue corriendo porque uno de sus nietos de un trompicón, se había dado un buen golpe en la nariz. Aquí acabaron nuestras cuitas reformistas.


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