-
¡Han aceptado nuestra oferta, Philippe!- La
inspectora Antoinette Simenon había fruncido el entrecejo , hermosa hasta cuando tenía la mirada
dispersa. La joven se había adentrado en la sala, y con desdén fingido, Philippe
Pellegrini asintió aprobadoramente. Una virgen gótica que tenía los
labios carnosos y unos ligeros ojos verdes, caviló Philippe. La nefelibata de Rubén
Darío atinó poco después el inspector, pero cómo dedicarle más que una
mirada a hurtadillas. Siquiera pensar en las curvas opulentas de la inspectora
Simenon, sería infringir las normas más elementales de trabajo. Así que
simplemente le repuso.
- Estupendo, Antoinette
- Estupendo, Antoinette
Al inspector Pellegrini con aire de pendenciero por la bohemia
que cultivaba con sus atavíos descuidados y sin embargo, era un tímido
recalcitrante, aquella tarde le escocían los ojos. Unas pequeñas lágrimas de
emoción le habían empañado la visión bajo la luz cenital de la sala de
reuniones. Cuántas horas de desvelo y
estaban ultimando los detalles del operativo policial. Sus compañeros le azuzaron.
–¡ Los tenemos, Philippe!- Vociferaban como corifeos irredentos, hasta el
revenido Comisario Jefe Martínez, hijo de republicanos españoles y
miembros de la resistencia, toda una vida de mala leche o deshojando los días
que le restaban para la jubilación, tuvo un asomo de emoción y reconocimiento con
él.- Jamás pensé que fuesen a caer, llevaban tanto tiempo operando, Philippe.
-
No lancemos todavía las campanas al vuelo, señor, debemos tener la
prueba material. Me voy a dar una vuelta.- Philippe se puso su gabán malogrado y
de perdulario. Guiñó un ojo a la etérea Antoinette, a lo que ella respondió con
un sonrojo embarazoso.
-
Váyase, váyase, en media hora nos volvemos a reunir.- Le conminó
el Comisario Jefe Martínez
Palmira late pese a todo, sobre un polvorín de inmundicia |
Tampoco en aquella red habían escuchado el reclamo del nuevo dorado del
expolio. No les hizo salir de su madriguera una Mesopotamia y Sirias sumidas en
el caos, que habían atraído como cantos
de sirena a Europa buena parte del material de la denominada cuna de la
civilización. Mucho antes que los egipcios, por no hablar de los griegos, la
civilización mesopotámica fue una creciente ilusión que inopinadamente se apagó,
a pesar de algunos reverberos posteriores dignos de mención, nunca luciría de
igual forma. El sueño de juventud de Pellegrini hubiese sido morir como su
admirado Khaled al Asaad, el conservador de Palmira, abrazado al
objeto de tantos azoramientos, porque renuente se opuso al saqueo de las ruinas
perpetrado por los terroristas del Estado Islámico. Los ogros habían troceado
la ciudad antigua de forma inmisericorde, pues bajo su pérfida óptica se
trataba de material herético y por tanto cumplían como devotos musulmanes al
repudiar el arte que corrompía a los creyentes, al mismo tiempo que financiaba a la
glorificadora Yihad. Pellegrini no pudo contener el temblor repentino que le
sobrevino al recordar al cuerpo mutilado del decapitado Khaled, exhibido en una
de esas columnas que tanto amó, sin rastro de compasión.
Pero
en realidad quien le había inspirado para asumir el reto profesional de
combatir el intrincado tráfico de arte de obras robadas, fue la heroína Rose
Valland. Un domingo cualquiera asolados y maulas, la familia tras la
sobremesa había cogido demorada la película El Tren John de Frankenheimer,
pero al pequeño Philippe se le quedó grabado el papel de Rose Valland que
interpretaba Jeanne Moreau ( también le había encandilado la austeridad
sombría de un maduro Burt Lancaster, en el rol del
ferroviario Labiche, siempre prendido a una colilla humeante en los planos
candorosos en blanco y negro). En la versión más moderna, dirigida por George
Clooney, aparece una Cate Blanchett beldad telúrica
que resiste los embates del tiempo, y que tuvo que disfrazarse de mujer
modosita, para acercarse a la verdadera Valland.Sus rasgos comunes, los anteojos daban a
la conservadora de arte un aspecto intelectualoide e inmune a cualquier
tipo de lujuria, lo que quizá le permitiese pulular alrededor de los expertos
de arte nazis, sin levantar muchas sospechas, por su mojigatería (parecía que
no hubiese matado a una mosca) .
Las circunstancias en plena invasión nazi, le
situaron en lo que se convertiría en el epicentro del saqueo el Museo
Jeu de Paume: la red que actuaba a plena luz del día y con la alevosía
de los vencedores, dirigida por especialistas reclutados por el partido para que formasen el comando Rosenberg, que se dedicaría en lo sucesivo a catalogar el
ingente patrimonio artístico que fuese aflorando en los países ocupados. El destino de las obras robadas, entre otros,
serían el museo que en los ratos libres pergeñaba Hitler como artista desbaratado,
para en su región materna exaltar los valores del arte según el entendimiento
nazi,esto es, detestaban las vanguardias. Menos ascos hacía un orondo Göering que
se incautaba de todo aquello que tuviese valor. Asimismo como se vigilaban menos las
obras de artistas degenerados, el gordinflón evanescente se hizo con una buena
porción de ellas. Oculto tras un abrigo de civil – quería darle la menor
publicidad posible a sus visitas- se llevaba los lienzos y piezas de arte por
centenares, a fin de agrandar su ya de por si enorme colección privada.
Atardecer de la Concordia, Valland sale del Jeu de Paume. |
A fin de cuentas, los invasores alemanes confianzudos valoraban los conocimientos
técnicos de Valland, y gracias a su labor sorda fue posible rescatar más
de 60000 obras evaporadas en los territorios ocupados. La joven conservadora anotaba secretamente
las obras que primero garabateaba y luego en la penumbra de su pieza descifrará
su propia letra, apretujada debido a la premura con la que tomaba notas, para
elaborar memorándums muy puntillosos, donde no sólo reseñaba quienes eran los
légítimos dueños, sino que con el acceso a los archivos del Comando
Rosenberg( en honor del fundador de la Sociedad de Thule e
ideólogo del lebensraum), reflejaba en ellos el lugar donde habrían ido a parar las piezas. Guardó
las fichas de los especialistas alemanes y con todo detalle, describió la operativa del
comando Rosenberg. Duplicó las llaves y se movía como un fantasma en la sombra,
pateando las salas y distintos rellanos del Jeu de Paume, siempre en busca de
información. Ella seguía ajena con sus cuitas en una batalla que se libraba
lejos de los estruendos y centellas del frente. Y Pellegrini pensó que él no
llegaría a la categoría de la señorita Valland ni por supuesto a la de Khaled al Asaad,pero que con suerte, iban a
desarticular una importante red de tráfico de arte, así que creyó que la
conservadora francesa del Jeu de Paume, se habría sentido orgullosa de él. Se
desanudó la chalina y subió a pasos agigantados por la artística escalera del
edificio donde se alojaba su unidad, para ultimar los detalles del operativo policial. Y esbozó una
sonrisa al recordar a Antoinette como una vaporosa bailarina de Degas.
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