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El pozo sin fondo de la creatividad de Onetti


Su voz recia nos acompaña, a saltos, que combina con una fina ironía. En sus entrevistas clavaba una gota de perfidia bien intencionada, por su escrupulosidad con el lenguaje, que rara vez fue captada por sus entrevistadores. No en vano, Juan Carlos Onetti se retrepaba en sus anteojos, la timidez que fluye por cada poro de su piel, para mostrarnos la sencillez de un grandísimo escritor. El mismo decía que había ejercido de tímido de profesión y es en su acendrada introspección donde nace todo el universo literario de Santa María, una recreación a la altura de Macondo de su amigo Gabo, que ha quedado en los anales de la narrativa, con tanta fijeza como la Casa Verde de Mario Vargas Llosa. Él no era un escritor de multitudes, que se inspiraba entre la nebulosa y la hojarasca de murmullos de los cafés, sino a escondidas. En cuanto le alanceaban las musas, cogía un trozo de papel, una servilleta de confitería o un boleto del tranvía para escribir una frase afortunada. Luego juntaba todo ese material disperso, para verterlo con el hato de otras experiencias, que prefiguraban sus novelas.  Su procedimiento creativo, carente de cualquier sistema, se podría tachar de tan caótico, que en algunas ocasiones, su hermana le llamaba para advertirle que tenía manuscritos o folios dispersos en su casa. Así nacieron algunas de sus novelas, siempre de amanuense, con su peculiar caligrafía y las letras separadas (Tiempo de abrazar novela sin estructura, fue una de esas recuperaciones fortuitas). En cierto modo y guardando las distancias, nos recuerda la improvisación de Álvaro Cunqueiro, que perdía frecuentemente sus manuscritos o se los perdían, por lo que más de una de sus novelas fueron reescritas. Y a pesar de llevarse más de un susto, Don Alvaro, siguió con la misma inveterada costumbre de fiarlo todo a la suerte.

Volviendo a Onetti, echa mano de los recuerdos para rebuscar dónde nace la legendaria Santa María, pese a que no intuya ninguna intencionalidad por su parte, sino que fue aflorando con retazos inconscientes y oníricos. ¿A qué se parece en realidad Santa María? Al lector nos recuerda a todas las ciudades y a ninguna. Puede que se originase en su mente, cuando como un vagamundo, errante y dependiendo de los pesos que juntase, Onetti, transitaba entre Buenos Aires y Montevídeo. Quizá porque tampoco lo asegura, su urbe mitológica en los predios literarios, Santa María, sea una excrecencia de ambas ciudades, rodeada de un mundo salvaje que acecha con los instintos más primarios de sus protagonistas. Muchos críticos asociaron su estilo al de William Faulkner que  Onetti rechaza- hubo un momento que al gran Faulkner se le tomaba como una letanía pesada- esto es, una prosa exquisitamente cuidada, que abruma por su riqueza y vibrato, Santa María aparece por primera vez en La vida breve, que inicia la conocida trilogía de Juntacadáveres(1) y Astillero. De su periplo vagabundeando, y de su afán mentiroso, con el que se inició como escritor para adornar su vida adolescente. Se dibujaba como donjuán frente  a los gallos de su barrio e inventaba historias con damas misteriosas. Los relatos germinan en su mente y agrandan su figura a los ojos de los demás, sus amigos del alfoz, de los que se cuidaba de ser visto por su madre, que no quería a los morochos.  



Mentiroso e inventor de historias, con las que creó una aureola
 de donjuán en su alfoz y nació el escritor. 
  
Más tarde, el joven Onetti compartió el ejercicio del periodismo con la literatura, así estuvo en la nómina de la Agencia Reuters y de las revistas más importantes del momento en Sudamérica. Había publicado El Pozo (1939) y su prestigio de periodista literario va creciendo, y le llegan suculentas ofertas para dirigir semanarios. De hecho, sus primeras creaciones tuvieron lugar cerca del ruido de las prensas, que destilaban la tinta con la que el muchacho se embriagaba. Se le tornaba vidriosa la mirada al recordar el rebullir nocturno de la redacción y de las prensas, por las que se paseaba para desentumecer sus músculos. Juan Carlos prefirió el diapasón nocturno, más sosegado, sobre todo para estar al corriente del teletipo que irrumpía con el sonido de la campanilla, en medio de la noche y de las vaharadas literarias en las que se sumía. También reconoció, que con sabor acerbo del café, rumiaba las horas para que llegase el parte de la BBC, donde se desgranaban los sucesos bélicos. Cuántos barcos se habían hundido, aviones y bombardeos, las bajas, hacían que su imaginación echase a volar apasionada  a un conflicto tan remoto, y entonces se remontaba a las sufridas islas británicas, acechadas por mar y por los bombardeos.Aferrados a los pitillos, discutían en la redacción como de un acontecimiento deportivo acerca de la posibilidad de que los británicos soportasen los embates de la Luftwafe dirigidos por el fanfarrón veterano de la Gran Guerra Hermann Goering ( perteneció a la escuadra del Barón Rojo, bautizada por la prensa teutona como el circo del Barón, por sus acrobacias en el aire). Parecía un conflicto bélico distante, hasta que el Admiral Graf Spee fue hundido por su capitán Langsdorff frente a las costas uruguayas, creyéndose arrinconado por fuerzas navales británicas. Había arribado con graves averías a Montevideo tras la batalla del Río de la Plata, lo que debió causar gran conmoción en la ciudad, dado que se seguía el conflicto en palabras de Onetti con verdadera fruición. Abundaban los germanófilos, aun cuando la simpatía general se decantaba por los ingleses. En sus novelas aparecen veladas alusiones a la bestia parda y desquiciada situación internacional, cuyos reverberos llegan a la ciudad atemporal de Santa María. 

La lejana guerra llamaba a la puerta de Montevideo con el Admiral Graf Spee


En este contexto, tienen lugar sus primeras incursiones en la literatura, como decíamos El Pozo, ya que reconoce Onetti que no es su primera novela en estricto senso, y aclara que no debemos confundir la fecha de edición con la de elaboración de la obra. Con amargura, gesto contrahecho, mientras aflora un cigarrillo negro en su boca, que hiende la pieza de un olor dulzón, Onetti se quejaba de la tediosa labor que significaba buscar un editor en aquellos tiempos. Con un ligero abatimiento, reconoce que tardaba más en encontrar a alguien que le publicase la novela que escribir la misma. Sin embargo, el exilio de editores españoles, sobre todo en su caso fue proverbial la llegada del español Losada, los cuales se afincaron  en Buenos Aires con poco equipaje y mucho bagaje en el mundo editorial. Fueron ellos en palabras de Don Juan Carlos, los que no sólo dinamizaron y profesionalizaron una actividad, que tenía mucho de amateur en la época, sino que permitieron a los escritores enfocar sus esfuerzos solamente a la tarea creativa. De sus palabras, se deduce que el escritor debía mendigar por medio  Buenos Aires antes de conseguir la plata necesaria para editar su obra, proceso en el que podrían perder meses y años. Había que convencer a profanos capitalistas, que la financiación del manuscrito le rendiría mayores beneficios que invertir en Bolsa.   Gracias a los gallegos, se fue labrando una de las premisas para que el florecimiento de la literatura y el denominado boom de la narrativa hispanoamericano, tomase cuerpo. El exilio de la Guerra Civil enriqueció otros lugares y permitió fenómenos trascendentales para la cultura universal como el boom de las letras hispanoamericano, que se encontraba allí. Gabriel García Márquez tenía calidad de sobra, aunque la profesionalización de la edición, le iba a quitar muchos quebraderos de cabeza y hacerle ganar tiempo para su escritura.  


Porque sumidos en pleno apogeo del boom de la literatura latinomericana, cuenta  Onetti que a requerimiento de las editoriales norteaméricanas que pagaban una pasta gansa, viajaron a San Francisco tanto Mario Vargas Llosa como él para realizar presentaciones e impartir conferencias. En el ínterin, no recordamos bien, si esperaban a Gabo, que no estaba mal avenido por aquel entonces con el peruano,  hablando de bagatelas, emergió de pronto en la conversación cómo se inspiraban cada uno de estos grandes autores a la hora de escribir. Vargas Llosa más prosaico, se definía como el funcionario puntilloso que se sentaba y posaba sus dedos ágiles, casi de pianista en la máquina de escribir, todos los días a la misma hora y con el reloj de único testigo de su labor (no nos imaginamos lo doloroso que debe ser errar al final de una página y que haya que escribirla de nuevo desde el principio, bendita tecnología, pero mucho antes los viejos editores, hasta que Mark Twain escribió su primera novela a máquina, se las veia y se las deseaba para descifrar los jeroglíficos de sus amanuenses, que garrapateaban y deformaban la letra en el transcurso de un manuscrito). Onetti no sólo seguía fiel a la ancestral costumbre de escribir  a mano sino que entregaba un cuaderno y trozos de papel sueltos que se deberían incorporar. Muchas veces el pastueño editor, le llamaba para decirle que no se aclaraban y que el orden que les había indicado resultaba un absurdo, que los sueltos no pegaban ni con cola con el devenir del libreto escrito en el cuaderno de anillas. Por otra parte, pasaba épocas enteras sin escribir, porque no se lo pedía el cuerpo o estaba enfrascado en su profesión periodística. Según le confesó a su gran amigo Mario, su relación con la literatura era como la de una amante, irracional, inconveniente y esporádica: en cuanto le sobrevenían las ansias imperiosas de escribir, brotaba a raudales su prosa boscosa. Así le repuso, el de las gafas de pasta, más o menos en aquella estadía en San Francisco- Tú, Mario, tienes una relación marital con la literatura. La amas todos los días a la misma hora como el que cumple sus obligaciones maritales.
Cortázar, gran amigo del que le separó su dedicación
vehemente a la política. Todos soñamos con su maga.
El nombre del escritor uruguayo se barajó para el Premio Nobel de literatura, junto al del portentoso Camilo José Cela, al que veía como su gran rival para hacerse con el galardón, por ser ambos escritores en castellano. Don Camilo lo logró. En un segundo plano, aparece Miguel Delibes, que es otra de las flagrantes omisiones del premio de literatura por excelencia y que figuraba siempre en las quinielas. En el caso de Onetti, se nos escapan las razones por las que tampoco fuese recompensado en ninguna de sus novelas, convertidas en verdaderos clásicos, con el Rómulo Gallegos una especie de Cervantes- Nobel de las letras iberoamericanas. Quizá la calidad de la literatura de la época, Juntacadáveres compitió por el Rómulo con La Casa Verde de Vargas Llosa, nos explique un poco la desafortunada relación de Don Juan Carlos con los jurados de los premios. A colación del Rómulo Gallegos de aquella edición, el uruguayo bromeaba con su amigo finalista, dado que los prostibularios formaban una parte importante del cosmos de las dos novelas, en cuanto  a que la casa de lenocinio del peruano era más distinguida porque tenía una orquesta. ¿Ese pequeño detalle habría decantado el fiel de la balanza en favor de Don Mario? Tenemos a un flemático escritor, que admite la derrota con deportividad, una literatura a veces compleja, pero gozosa porque alimenta vetas inusitadas de nuestra imaginación. Santa María es un lugar en ninguna parte, cartografía mitológica, aseguramos que existe una urbe mítica por cada uno de sus lectores, porque la plasticidad de semejante quimera así lo permite. En cualquier caso, el novelista montevideano se quiso sacudir su estigma de faulkneriano, porque espantaba  a los lectores que huidizos de las interminables parrafadas ( qué conste que nos encanta Faulkner)  encogían el brazo a la hora de comprar. Parece que en esa pugna soterrada entre sencillez y un poco de exceso de ornato, Hemingway ha ganado la partida a Faulkner. De Onetti, destacaríamos sus maravillosos cuentos, que se cultivaron en su época de forma maravillosa por parte de muchos autores, la trilogía de Santa María, El Pozo, Tierra de nadie, Para esta noche ( inspirada en las vivencias de unos anarquistas españoles) y sobre todo la fabulosa Los adioses. No hay novela de este amante de Pío Baroja y Ramón Valleinclán en la que decaiga su ímpetu creativo. Casi siempre barbotaba que fue una pena que Don Ramón no concluyese el Ruedo ibérico. Baste por hoy. Recomendamos encarecidamente su lectura. Su prescripción nos aleja de la mediocridad. 



Mario Vargas Llosa, tuvo en Onetti a su maestro de confidencias


(   (1) Guardo una especial relación con Juntacadáveres, que apareció varias veces en mi vida y en forma de diversos ejemplares. La primera vez, como regalo de una suscripción de Circulo de lectores, y más tarde, por la asistencia a una charla. Así aparecía como reclamando mi atención, pero quizá la menosprecié debido a que era un género gratuito, hasta que un día, comencé a curiosear en sus primeros párrafos. Es verdad que mucho tiempo atrás intenté leerla, pero como con otros autores – Thomas Mann- su lectura me había parecido demasiado compleja. Hasta que llegó mi madurez de lector y en el siguiente abordaje , gocé de la prosa de Onetti y tuve un gran flechazo. Busqué con ahínco todas sus obras en la biblioteca.    

Comentarios

  1. Hola, Sergio. Nunca leí nada suyo, aunque siempre leí y escuché elogios sobre su obra, que, por lo que dices, tampoco fue valorada con la debida justicia. Cuando disponga de más tiempo me buscaré algo suyo, por supuesto que sí, porque no me echa para atrás que su narrativa sea compleja, la de Thomas Mann me encanta, por ejemplo. Comparto tu entrada y te dejo besos y mis mejores deseos para el finde :-))

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  2. Muchas gracias,Mayte,de verdad que merece la pena,pero se vio inmerso en la lucha con verdaderos titanes y de hecho,el no se consideraba dentro de la corriente literaria del boom americano y dijo que su irrupción en las superventas fue por un efecto arrastre.Los editores yanquis buscaban avidamente autores sudamericanos.En cuanto a la dificultad,recuerdo un libro de Thomas Mann que me recomendó mi padre y que me pareció infumable con dieciséis años:"Las confesiones de Félix Krull"creo que era.A los 30 lo volví a leer,y fue una de mis lecturas más gratas,acorde con una madurez mayor.

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